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febrero 06, 2022 2 lectura mínima 0 Comentarios
Hoy es el Día del Dry Martini, ese clásico, sinónimo de elegancia y singularidad, que todos conocimos gracias a la figura de James Bond. Su receta es tan sencilla como complicada es la técnica de ejecución.
Su origen, aunque incierto, se sitúa en San Francisco, a finales del siglo XIX y concretamente en un pueblo llamado Martínez; dicen que un cliente pidió algo fuera de lo habitual y que tuviera “empuje”.
Hoy en día, encontramos muchas variantes alrededor del mundo, cada país ha adaptado su receta haciéndola suya, pero sin cambiar el espíritu de este emblemático cóctel. Desde el más clásico (partes iguales de vermouth dry y gin seco con unas gota de amargo de naranja), hasta el estilo italiano (el vermouth aromatiza el hielo antes de ser eliminado), pasando por el atrevido “Naked” (que lo podremos degustar en el Duke Hotel de Londres) o el minimalismo americano que se sale de todos los dogmas de la coctelería (es puro gin batido en coctelera hasta casi congelar el líquido). Todos siempre aromatizado con piel de limón o enriquecido con una aceituna o, como en la ciudad condal, con ambos. Tiene muchos sucesores como: el Gibson, el Sweet, el Perfect, el Margarite (con E final), Dirty o simplemente con vodka substituyendo el gin.
La explosión de sabores y colores llega en los años 70, cuando el Martini se trasforma en categoría y su único básico estándar es su copa, quizás la más famosa entre las vajillas, la copa Martini.
Personalmente, lo que me une a este clásico es el recuerdo del primero que tomé, o más bien los dos primeros. No os recomiendo superar este número en una velada.
Corría el año 2006 y yo pasaba mis primeros meses viviendo en la capital. A pesar de lo mucho que me gustaba la gran ciudad, tan pronto veía que las previsiones meteorológicas eran favorables tomaba un coche para acercarme a La Manga del Mar Menor y disfrutar de este lugar sin gente.
En una de estas escapadas, y mientras hablaba con mi queridísimo amigo Gonzalo Lapique, me soltó con su inconfundible tono jocoso: “Marcos, es tarde de Dry Martini”. A lo que respondí: “Zalo, no me he tomado un Dry nunca…”. No había acabado la frase y ya tenía fijados sitio y hora. Llegamos a un piano bar en el hotel Príncipe Felipe y allí empecé a degustar mi primer Dry, eso sí, acompañado de una vasta explicación sobre el Dry y sus adeptos de rancio abolengo, desde don Juan de Borbón hasta Churchill, pasando por “la Voz”, Frank Sinatra, o el mismísimo Roosevelt que, dicen, fue el primer cóctel que tomó cuando abolió la ley seca, sin olvidarnos de Hemingway, que si bien no perdonaba su mojito diario, también sucumbió a los encantos del Dry Martini.
Hoy Gonzalo no está entre nosotros, pero os aseguro que cada vez que tomo un Dry Martini, brindo mirando al cielo y sonrío, como sonreíamos siempre todos los que conocimos a Gonzalo cuando estábamos con él, o lo hacemos hoy recordándolo.
Va por ti, Zalo, gracias por todo. ¡Cheers!
Escrito por Marcos Martínez Chocarro, Trade Marketing en Escolà Vins i Destil·lats